
Ley de la supremacía del espíritu sobre la materia
El hombre está constituido de la unión inseparable del cuerpo y el espíritu. El cuerpo es una materia visible, por esta razón todos pueden distinguirla. En cambio, el espíritu es invisible para el ojo humano, sin embargo, existe como una especie de éter. Así como el cuerpo humano es una existencia del mundo atmosférico, el espíritu humano es una existencia del Mundo Espiritual.
Como ya se dijo antes, el Mundo Espiritual es un mundo menos denso y transparente que el atmosférico; parece no existir, sin embargo, es la fuente generadora de lo absoluto, un poder sin límites, que por ahora llamaremos fuerza cósmica. Su esencia está formada por la fusión de las esencias del sol, la luna y la tierra.
Todo lo que existe en el universo es creado y desarrollado por la fuerza cósmica, y al mismo tiempo, como se acumulan impurezas, estas son sometidas a la purificación. Es como cuando se ensucia el cuerpo humano y este necesita de aseo. Por lo tanto, cuando se aglomeran impurezas en el mundo espiritual de la tierra, ellas se concentran en determinado punto, y ahí surge la acción purificadora por medio de la tempestad, que efectúa la limpieza.
Los incendios causados por los rayos y por las personas tienen la misma función. Lo mismo sucede con el ser humano, cuando los elementos contaminantes se acumulan, se inicia la purificación que se desencadena desde el espíritu.
En primer lugar, los elementos contaminantes producen regiones opacas, por dos tipos de motivos: primero, las nubes que surgen en el propio espíritu, y segundo, las que se proyectan a partir del cuerpo físico. El interior del espíritu humano está formado de tres capas centrípetas. A partir del centro, su núcleo es el alma, partícula del hombre que se instala en el vientre de la mujer y que resultará en el nacimiento de otro ser. Además, la conciencia envuelve al alma, y ella, a su vez, está envuelta por el espíritu. Así, las condiciones que prevalecen en el alma son transferidas al espíritu por medio de la conciencia. En forma inversa, las condiciones que existen en el espíritu también se reflejan en el alma por medio de la conciencia. Sintetizando, el alma, la conciencia y el espíritu están en relación recíproca, es decir, son una trinidad.
Lógicamente, durante su vida, cualquier ser humano practica actos buenos o malos. Cuando lo malo supera lo bueno, el saldo entre ellas constituirá el pecado, que se refleja en el alma y se transforma en nube espiritual. Así, a través de la conciencia, el espíritu se nubla también. Dicho nublamiento se elimina cuando se establece el subsiguiente proceso de purificación. Con este proceso, por un tiempo esa nube se contrae, se condensa y se concentra en ciertas regiones del cuerpo. Resulta interesante que las localizaciones de las acumulaciones difieren de acuerdo con la naturaleza del pecado. Por ejemplo, un pecado cometido por medio de los ojos causa una acumulación en ese órgano; mientras que los que se cometen con la cabeza producen nubes precisamente allí; y los pecados relacionados con el pecho, en esa misma región.
Ahora me referiré a la otra relación entre lo físico y lo espiritual. Ésta, al contrario de la primera, se refleja del cuerpo físico al espíritu; la sangre se enturbia, y enseguida se transmite al espíritu. La sangre es una materialización del espíritu, y en forma recíproca, la sangre es la espiritualización de la materia. En otras palabras, el cuerpo y el espíritu son uno. Como consecuencia, cuando las nubes se condensan se proyectan al cuerpo, y causan enturbiamiento de la sangre. Cuando se condensa aún más, entonces se forma un endurecimiento, nódulos. Y éste, disolviéndose y licuándose, se elimina por diferentes partes del cuerpo. El dolor y sufrimientos asociados con este proceso no son otra cosa más que la enfermedad. Sin duda, lo que se proyecta a partir del cuerpo físico es la sangre turbia.
Entonces, ¿Por qué surge la sangre turbia? Por increíble que parezca, esto es causado por los medicamentos, el arma principal de la terapia médica. Como todos los medicamentos son venenos, la introducción de ellos en el cuerpo produce ese empañamiento, lo que queda ampliamente demostrado por los hechos.
Si el enturbiamiento de la sangre existe en el cuerpo, esta se refleja como nubes espirituales, y se vuelven las causas de las dolencias, entonces el propio método para curarlas se vuelve el medio para crearlas. Pero como es una ley universal que el espíritu tenga supremacía sobre el cuerpo, a menos que las nubes que existen en el espíritu sean eliminadas por completo, la dolencia, que es resultado de esas nubes, tampoco podrá ser curada.
Nuestro método consiste en aplicar esta ley, pues por medio de la purificación del espíritu se logra fundamentalmente la cura de las enfermedades. Por esta razón es llamado Johrei, que significa “purificación del espíritu”. En cambio, la ciencia médica trata de curar sólo el cuerpo, ignorando el espíritu. En consecuencia, e independientemente del progreso que logre, sólo podrá realizar curas temporales. Por lo expuesto, creo que comprenderán la relación entre espíritu y materia.
15 de agosto de 1951
Libro: Meishu Sama y el Johrei
